El largo viaje de los más pobres entre los pobres
Lo peor de esta tragedia de las pateras que no cesa es que un grupo humano tan grande como los subsaharianos ve que su viaje no termina nunca. Un viaje hecho en las peores condiciones, en autobús, coches alquilados, andando, con sed, con bichos y todos los inconvenientes imaginables. Después de ese calvario, machacados por policías fronterizas, las mujeres con frecuencia vejadas y violadas, cuando el camino termina, llegan a Marruecos. Es la puerta que parece que tiene que abrirse definitivamente para llegar al gran mundo. Pero en Marruecos se encuentran con varios problemas. Primero, de racismo. Hay personas de color negro que en algunos barrios tienen que salir de noche para no ser perturbados. Después, han de conseguir dinero para el pasaje que les lleve a Europa. En tercer lugar, el tiempo se acumula, pasan los meses, no hay solución.
Hombres y mujeres hacen lo imposible, pierden hasta la dignidad con tal de conseguir pagar su billete de ida. Llega un buen día en que un contacto les dice que ha llegado el momento y que el viaje cuesta mil euros. Regatean, luchan por lograr rebajar a 800, 700, incluso 500, el importe dependerá del número de personas que caben a la patera. Aunque resulte increíble, hasta 70 personas, como la naufragada el miércoles.
Llega el día señalado. Imagino que tras sobornar a policías, se citan en un punto común y embarcan para España, en las peores condiciones. El mar entonces presenta sus credenciales, que con frecuencia son de muerte, porque muchos pierden la vida en esa especie de fosa común de los pobres en que se ha convertido el Estrecho. Los que llegan lo hacen a un país donde no hay futuro, ni presente. Ellos lo saben, pero el viaje se inició para llegar a una meta y hay que conseguirla. Es su compromiso previo con familiares y amigos, todos los que dieron ánimos y hasta dinero para que alcanzaran este eldorado y enviaran algo para que los suyos puedan vivir mejor. Saben que aquí no son bienvenidos, que no hay trabajo, que no es un buen momento. Quieren seguir hacia Europa, donde tienen familiares, gentes de su barrio o su tribu. Se encontrarán una orden de expulsión, que no se va a ejecutar nunca, porque no hay dinero para la repatriación siquiera.
Al otro lado del mar, muchas familias permanecen sin saber qué será de sus hijos, de sus hijas, si estarán vivos o habrán desaparecido para siempre. La suerte de los más pobres de entre los pobres casi siempre acaba en tragedia.
Publicado en los periódicos del Grupo Vocento Andalucía